Se
va por el agua, todas las expresiones y las diluye cada vez que se
exige “seriedad”. Encapsuladas en cuadros, números y
cuantificaciones, quedan presas todas las voces que oigo al caminar
por los rincones de este país.
En
mis últimos meses de ida y vuelta a la Araucania, he sido testigo de
una felicidad y cariño, que con un tono azul te aprieta y habla
mucho más allá de lo que los papeles y categorizaciones puede
traducir un informe “científico”, que ni siquiera logra rosar
con su ímpetu de sistematicidad las sonrisas que a mi se me brindan
al sentarme a oír las voces de las personas, que mas que esperar ser
oídas, viene a enseñar sobre sabores, olores y de vidas arraigadas
a una tierra que sobrevive al impacto del agronegocio.
Pero
la ciencia pretende decir que “viene ayudarlos”… prepotencia
que solo perpetua su espacio de poder decimonónico, eco de su origen
un pensamiento eurocentrico y logocentrico que condena otros modos de
pensar/sentir; donde las epistemes que observo quedan catalogadas
como las anécdotas del etnógrafo que vive… y se le coarta hablar.
Es
momento de escribir esas historias; ni por la ciencia, ni por los
otros, sino por mi… por todo lo que cargo entre mis zapatos que
pisan tierras distintas y se maravilla con los susurros de
expresiones y vivencias de las personas, conocimientos que frotan las
nubes, las hacen llover y pintan radiantes otros mundos.
¡Agradezco
siempre mi vida!, de saber oír, vivir y caminar conociendo, porque
cuando la tierra me lleve tendré todo eso para cruzar al otro lado
de las grandes aguas.
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