16 febrero 2009

el regreso

Ha vuelto mi ángel negro... ha venido a susurrarme al oído, en un sueño, una frase que no puedo develar.

01 febrero 2009

El Mate, sabor del sur…

Pienso en cuantos cartuchos de yerba mate olvidados en algún cajón, en algún rincón junto con un mate cubierto por cuero, excesivamente adornado, diciendo “Hecho en Argentina”, con la bombilla lista. Tan olvidados, sin ser valorados, forman parte de la clásica compra turística de los “giris” que alguna vez han pisado el sur… y te dicen “yo debo tener yerba, cuando fui a buenos aires…”. Gringos, franceses, alemanes, españoles… los que sean, han cumplido el cliché turístico de tomar mate, comprarse el pack para olvidarlo posteriormente en algún placard.

Y yo acá veo como mi yerba se acaba… y me indigna tan solitarias materas, sin ser aprovechadas. Y es que no entiende, no sienten, no saben disfrutar lo que el mate entrega… su sabor que te calienta, te acompaña, te suelta la lengua, ahuyenta las tristezas, te trae un trozo de tu casa y de tu viejo que cada mañana te servia uno… Los momentos de desahogos de angustias amorosas que con María compartíamos, mientras la yerba se lava y con ella se lleva todas tus penas; las alegrías caminando por Humahuaca tomando mate con quien parara a conversar; los retos de Mai cuando se me quemaba la yerba; las tardes en la terraza de mi hermano con una matera uruguaya; los anocheceres en la cordillera de Talca con el mate chileno de mis tías… las mañanas con Antonio en la cocina a punto para que saque espumita!.

Acá no saben porque sorbeteo una bombilla con tanto gusto y exclamo “ah!... que rico”, Josselin se ríe… después de tantas preguntas en la oficina y tan incomoda situación, mi mate se ha quedado en la cocina, ya no salgo a pasear con él… porque nadie logra unirse y entregarse a sus maravillas. Cargado con la etiqueta de “exótico”, prefiero el rincón de mi cocina en Lavapies y aunque solitaria, me despierta, ahuyenta la pereza y su sabor logra limpiarme el alma… mientras espero con nostalgia de encontrarme con un bebedor de mate, con aquella persona que también sabe lo bueno de su calor y sabor amargo, a quien no se le tiene que explicar como cebar, como beber, como debe estar el agua, que no se ha de revolver, ni quedar eternamente con él, sino pasar al siguiente.




Los grandes materos de mi vida:

Mi papá - con quien aprendí la magia, su canto… como un pedazo de selva en la mano.

Mi hermano - ya parece uruguayo, el mas fanático, que te deja la cara tiesa de tanto beber, beber, beber…

Mi mamá - su mate chiquito de porcelana al lado de la cocina a leña, junto al gato que ronronea sobre las faldas.

Mi tía Guma - quien todavía posee los saberes y sabores de la abuela, el mate dulce lleno de aroma a yerbas medicinales y la magia del campo chileno.

María - con quien salí de la tradición familiar, para incorporarme al conocimiento argentino, sin duda le debo el mayor aprendizaje de este arte de cebar, servir, girar y conversar….

Maia – mi amiga porteña, con quien me puse a prueba de mis saberes materos

Valentina - el mate desordenado, que nos saltamos las reglas de tanto argentinismo

Pablo - mateando en la universidad, compartir un sorbo en pleno invierno en la biblioteca

Antonio - el mate mañanero tras despertados abrazados…